Autor: Wenceslao Fernández Florez
Esta
sucesión de narraciones breves (estancias), la he leído varias veces a lo largo
de mi vida. La primera vez, mis ojos únicamente habían visto encenderse 15
veces las llamitas de las cerezas en los huertos, tal como describe el autor la
edad de la niña Pilara. Recuerdo que simultáneamente lo leímos mi madre y un
hermano y muchos de sus pasajes se incorporaron desde entonces a nuestro
lenguaje compartido. Así, mis frecuentes olvidos generaban indefectiblemente en
mi madre el reproche amoroso: “Hija, estás como las moscas”. En alusión a la
ausencia de memoria de esos insectos que se describe en la estancia El Pueblo
Pardo. De modo que cada nueva lectura consigue trasladarme a mi refugio
infantil.
Algunas
estancias utilizan el recurso de la fábula con animales. Si bien carecen de la moraleja
final. Aunque nosotros, avezados lectores, rápidamente la encontramos. Así, en
la primera, los árboles nos hacen ver que no siempre aquellos que aparecen
triunfadores a nuestros ojos lo son realmente. O la crueldad de hacer sufrir a
otros por naderías, tal como sucede cuando matan a la esposa del topo para
adornar un gabán con su piel. Y los gatos domésticos, que creyéndose panteritas
fracasan en su ataque insensato al buey y nos demuestran la necedad de sucumbir
ante quienes nos halagan por encima de nuestras cualidades reales. Sin olvidar
las estancias protagonizadas por personas, que rebosan poesía a la vez que un
humor especial.
Me
ha sorprendido que ahora estime más denso el libro que cuando lo leí por
primera vez. Como no hay que suponer una nueva redacción del autor, puesto que
ha medio siglo que se tutea con la Santa Compaña, no cabe más opción que
concluir que mis lecturas se han ido haciendo más livianas e incluso
superficiales en su forma. Aunque, como otras veces, he disfrutado muchísimo.
El
lirismo mágico lo aparta del realismo imperante en las novelas de posguerra.
Con un lenguaje riquísimo y unas frases muy elaboradas. Por lo tanto, una
maravillosa novela de un académico de la lengua en cuyo discurso de entrada
dijo “Si prescindimos del Quijote, el humor en España lo he inventado yo”