lunes, 18 de diciembre de 2017

El hombre que plantaba árboles

 
Autor:  Jean Giono

 

            ¿Es posible que veintiuna páginas contengan la vida entera? ¿Acaso en tan breve espacio puede dibujarse un comportamiento admirable y ejemplar? ¿Puede leerse más de una vez sin saciarnos?  La respuesta la tenemos en la propia experiencia, muchos de nosotros vivimos de pequeños relatos que, tras dos mil años de lecturas y explicaciones, no se han agotado. Estos relatos los conocemos como párabolas. Tal es el caso de este maravilloso cuento que es también una parábola. Sin duda leerlo es un descubrimiento, una delicia del corazón y una enseñanza moral envuelta en la belleza de la gran literatura.

 

            El autor tenía tanto interés en transmitir su idea que nunca recibió dinero por este texto, ni siquiera cuando fue llevado al cine en un corto de animación fascinante que mereció un Oscar.

 

            Nos cuenta los trabajos de Elezar quien, en absoluta soledad, planta todos los días cien semillas de árboles durante más de treinta años. Sin desfallecer, con la generosidad incomparable de quien quizá nunca disfrute el resultado de sus esfuerzos ni de su reconocimiento. Y, sin embargo, al morir más de cien mil personas debían su felicidad a esta tarea escondida.

 

            En esta historia inventada aprendemos el valor de la constancia, la entrega, el orden, el estudio, la humildad, la capacidad de no sucumbir a las adversidades o el dolor y tantas otras virtudes. Queda patente que siempre disponemos de lo necesario para hacer obras buenas. Sólo es imprescindible la decisión, la voluntad, el empeño y la perseverancia; y estas materias primas las tenemos en mayor o menor grado, con la ventaja de que, a medida que las practicamos, se multiplican. Como le sucede a Eleazar, ninguna obra buena se pierde. Y casi siempre podemos disfrutar de sus consecuencias. Y, lo que es más importante, deseamos hacer el bien tal como Elezar. Al menos yo así lo he sentido.